El domingo pasado la Liturgia nos invitaba a
fijarnos en la acción de gracias y en la alabanza. Este es la oración de
súplica hecha con fe. El pasado domingo utilicé en la Eucaristía uno de los
prefacios que dice “Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras
bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias,
para que nos sirva de salvación”. Dios no necesita que le alabemos, ni que le
amemos, no es como nosotros que sí necesitamos ser amados y reconocidos por los
demás. Pues él tampoco necesita que le supliquemos, él sabe lo que necesitamos
antes de que se lo digamos. Somos nosotros los que necesitamos orar y pedir.
¿Por qué? porque necesitamos ponernos ante Dios en actitud de súplica. ¿No es
una postura injusta por parte de Dios? No, si no fuera así la soberbia nos
perdería. La oración, como nos dice Santa Teresa que celebramos hoy, es tratar
a solas de amistad con quien sabemos que nos ama. Pero ese trato de amistad no
es entre dos iguales. Dios quiere tener conmigo una relación de amistad, pero
sin dejar de ser Dios, no es mi amiguito ni mi amigote. Es mi Creador, la razón
de mi existencia, la roca sobre la que construyo mi vida. Al suplicar
reconocemos la radical indigencia de nuestro ser, que no somos nada sin Él que
es nuestro aliento. Además, es muy sano que pidamos que lo que necesitamos. Hay
relaciones como en el matrimonio, donde se da por sabido lo que el otro
necesita y, si sabe que yo necesito un beso ¿por qué tengo que pedirlo? Sucede que
a veces reprochamos y pataleamos como niños pequeños en vez de pedir las cosas.
Pues con Dios lo mismo, él quiere tener una relación “muy normal” con nosotros
y no ser el “Genio de la lámpara” aue concede deseos.
Podemos decir muchas cosas de la oración. La segunda
que quiero subrayar es la intercesión. Mientas Moisés tenía levantados los
brazos vencía Israel, cuando los bajaba perdían. El desánimo nos hace perder la
batalla contra el mal, por eso la oración no puede cesar, es como pedalear en
una bicicleta. Si vamos cuesta arriba vamos para atrás. Hace un par de días un
amigo le decía a otro: “Oye, ¿qué paso de ese chico que me pediste que
intercediera? Es por si puedo bajar ya los brazos”. Es una forma de hablar
basada en la lectura de hoy. No podemos bajar los brazos. Y no es que nosotros,
al no dejar de pedalear conseguimos que Dios haga lo que nosotros queremos. Esa
es la mentalidad mágica del que quiere manejar a Dios. Porque, ¿qué es la
intercesión? Es un acto de amor. Cuando yo dedico tiempo y energía a poner ante
Dios a alguien en la oración lo estoy amando. Ahí está el secreto. Al orar por
alguien es como si estuviésemos tirando de él para que se sumerja en la corriente del amor de Dios que es un río
inmenso. Los que oramos ya vamos en esa corriente y al orar por alguien le
tendemos una mano para que se deje llevar con nosotros. Y Dios, que lo puede
todo, no quiere hacer nada sin contar con nosotros. Es como un motor de un
coche estupendo, pero que si nadie activa el contacto metiendo la llave, no se
pone en marcha. Así es la intercesión, es la llave que pone en marcha el motor
de la Misericordia de Dios. Podemos aprovechar este fin de semana para levantar
los brazos por alguien, por retomar la intercesión que quizá abandonamos
desanimados, para incluso orar por alguien a su lado, con su mano cogida y
dejando que escuche nuestra plegaria de amor. Feliz domingo y bendiciones. Para ver las lecturas pincha aquí.
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